
Imaginad que el cubo se contrae hasta convertirse en nuestra piel. Tenemos entonces, dice Reichenbach, una analogía útil sobre la experiencia humana. Es evidente que todo lo que sabemos acerca del mundo exterior a nosotros lo inferimos a partir de algo que está dentro de nuestra piel, o mejor dicho, dentro de nuestro craneo, donde se interpretan los datos sensoriales. Pero las regularidades de estos datos, tales como las formas de los pájaros en nuestras retinas, nos sugieren la hipótesis de que más allá de nuestros ojos hay un mundo independiente de nuestra experiencia interior. Esta hipótesis tiene un poder de explicación y de predicción enorme. Además, es una teoría de una simplicidad extrema y por ende, por el principio de la navaja de Occam, preferible a explicaciones más complejas.
Martin Gardner: "Los porqués de un escriba filósofo"
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