Se presenta
aquí la cuestión de saber si vale más ser
temido que amado.
Se responde que sería menester ser uno y otro juntamente;
pero como es difícil serlo a un mismo tiempo, el partido
más seguro es ser temido primero que amado, cuando se
está en la necesidad de carecer de uno u otro de ambos
beneficios.
Puede decirse,
hablando generalmente, que los hombres son ingratos, volubles,
disimulados, que huyen de los peligros y son ansiosos de
ganancias.
Mientras que les haces bien y que no necesitas de ellos, como lo he
dicho, te son adictos, te ofrecen su caudal, vida e
hijos,
pero se rebelan cuando llega esta necesidad. El príncipe que
se ha fundado enteramente sobre la palabra de ellos429
se halla destituido, entonces, de los demás apoyos
preparatorios, y decae; porque las amistades que se adquieren, no
con la nobleza y grandeza de alma,
sino con el dinero, no pueden servir de provecho ninguno en los
tiempos peligrosos, por más bien merecidas que ellas
estén; los hombres temen menos el ofender al que se hace
amar que al que se hace temer,
porque el amor no se retiene por el solo vínculo de la
gratitud, que en atención a la perversidad humana, toda
ocasión de interés personal llega a romper; en vez de
que el temor del príncipe se mantiene siempre con el del
castigo, que no abandona nunca a los hombres
Sin embargo, el
príncipe que se hace temer debe obrar de modo que si no se
hace amar al mismo tiempo, evite el ser aborrecido;
porque uno puede muy bien ser temido sin ser odioso; y él lo
experimentará siempre, si se abstiene de tomar la hacienda
de sus gobernados y soldados, como también de robar sus
mujeres o abusar de ellas.
Cuando le sea
indispensable derramar la sangre de alguno, no deberá
hacerlo nunca sin que para ello haya una conducente
justificación y un patente delito.
Pero debe entonces, ante todas cosas, no apoderarse de los bienes
de la víctima;
porque los hombres olvidan más pronto la muerte de un padre
que la pérdida de su patrimonio.
Si fuera inclinado a robar el bien ajeno, no le faltarían
jamás ocasiones para ello: el que comienza viviendo de
rapiñas, halla siempre pretextos para apoderarse de las
propiedades ajenas,
en vez de que las ocasiones de derramar la sangre de sus gobernados
son más raras y le faltan con la mayor
frecuencia.
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